lunes, 7 de octubre de 2013

Dosmil trece

Para cuando me di cuenta el mundo ya había explotado dos o tres veces.
Yo caminaba por aquella playa sin nombre que todos los turistas odian, había un calor asfixiante como de costumbre, caminaba sin saber porque había decidido ir ahí, y mientras contemplaba el agua grisácea y maloliente que se estrellaba contra la orilla con absurda violencia; un gran ruido sordo sonó detrás de mi.
Me voltee y me encontré con la osamenta de una gran ballena, ni carne ni tendones ni piel ni nada mas que solamente huesos perfectamente alineados y blancos como si hubieran sido pulidos con un cepillo. Me acerqué y me paré sobre el gran cráneo para obtener una vista mejor de todo aquello que aparentemente había caído del cielo por puro capricho. Mientras que, del otro lado del mundo la India desaparecía devorada por una gran nube negra en forma hongo.

Unas cuantas gaviotas se acercaron a ver si había algo digno de picotearse, quizás estuviesen acostumbradas a ver ocurrir cosas así cada tanto en aquellos sus dominios.

Varias horas después, los polos se derritieron y el mar engullo los huesos, la playa y todo lo demás. Al final no quedo nada, solo gaviotas acostumbradas a ver que ocurriesen esas cosas cada tanto.

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Florecillas azules.

Aquel verano lo pasamos conduciendo en su coche oyendo discos de Misfits. En aquel entonces yo no sabia quien era Glenn Danzig ni me importa...