domingo, 10 de noviembre de 2019

Comatorium.

La voz de Cedric me cuenta historias sobre un mundo que no existe, lo hace gritando a veces como enojado, otras veces como alguien que pide auxilio, como alguien que se ahoga o alguien que sabe que esta a punto de ahogarse y no le importa la posibilidad de destrozarse las cuerdas vocales y acabar escupiendo sangre, grita como alguien que se sentiría orgulloso de ahogarse en su propia sangre con tal de contar su historia.

Y me siento absorbido.

Nada de esto existe pero se siente mas real que muchas cosas que hoy conforman mi vida.
Su voz golpea, y de cierta forma me despabila a tiempo para que la guitarra de Omar me haga sentir nostálgico unas veces y con ganas de soltar un puñetazo en otras, en algunas ocasiones la guitarra de Omar, chilla, chilla como el sonido que hace un globo cuando pellizas la boquilla y dejas salir el aire, el ruido de ese sujeto cuyo nombre es difícil de deletrear al darse cuenta que ahora ya no es humano pero antes de descubrir que le han brotado alas y puede volar.

Y me siento absorbido,
cuando acompañamos a nuestro protagonista en su caída libre hacia el pavimento donde juntos vamos a perder la vida en vano, dejando como único legado una mancha en el asfalto, una maldición emitida al cielo y el haber sido un inconveniente para los transeúntes y automovilistas que circulaban por ese puente peatonal.
Adios, nos vamos, sayounara, ya no creo que podamos volver a vernos.

A donde vamos ya nadie mas puede acceder.

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