domingo, 6 de marzo de 2022

Tamal de elote.

 Estábamos sentados todos al rededor de la mesa sin estar ahí en realidad, la mente de todos perdida en varios lugares dispersos y ajenos a nosotros. La única presencia real, fría y palpable era el cuerpo sobre la mesa; mi madre llora y reza a mi derecha, la veo pasar las cuentas de un rosario negruzco y desgastado con la velocidad que le brinda la incertidumbre y la desesperación, junto a ella el conjunto de mis tías hace lo mismo, todas ellas murmurando rezos diferentes a distintas velocidades y tonos, entre dientes. Sus rezos se alzan por encima de sus cabezas y se incrustan en el techo llenándolo de grietas y llenándonos los cabellos del polvo blanco que se desprende de este.

Los ojos de media docena de personas me obligan a bajar la cabeza y unirme al coro de rezos. Junto las manos y empiezo a recitar las oraciones que me sé de memoria pero ninguna se siente como si fuera la apropiada para la ocasión, en mis labios se pierde cualquier significado profundo que las palabras pudieran tener, me imagino a Dios acostado sobre el techo escuchando aquello mientras gira los ojos hacia atrás y sintiéndose realmente incómodo con todo el asunto, como alguien que escucha un mal chiste y solo puede sonreír cordialmente. 

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