lunes, 17 de enero de 2022

Chop Suey

 Le dije que la poesía nunca iba a resolver nada y me respondió que la poesía no estaba para resolver las cosas, que a lo mucho servía para plantar flores o simplemente regar las macetas donde ya estaban plantadas.

No fue sino hasta la quinta o sexta vez que salimos juntos cuando me di cuenta que cuando conducía con ella a mi lado parecía toparme con todos los semáforos en verde y que cuando cruzábamos las calles juntos no hacía falta que miráramos a ambos lados independientemente del estado o cantidad del tráfico. Nunca le hice ningún comentario al respecto, tampoco supe nunca si ella alguna vez se dio cuenta de ello o si eso tendría algún significado en lo absoluto. 

Alguna vez me miró fijamente a los ojos y me dijo que aspiraba a ser novelista, pero que leer novelas en general le parecía aburrido y un desperdicio de tiempo, que lo verdaderamente interesante era escribirlas aunque después nunca leyeras y olvidaras tu propia obra, me miró luego a la frente y me dijo que no entendía como alguien pudiera recitar los poemas de su propia autoría menos aún algo tan extenso como un cuento o una novela.  ¿Qué se supone que uno responda a semejante cosa dicha de manera tan inesperada? Me limitaba a asentir e intentar regresar al gozo anterior que me producía tenerle tan cerca frenando las crecientes ganas que sentía por besarla sabiendo que ese beso sería una apuesta donde me jugaría absolutamente todo y podría conducirme a infinitos lugares cada uno cada vez más lejos del estado de comodidad donde habitaba. 

 Me miraba y la amaba sin saber la razón. Que fácil la amaba mi corazón usualmente cerrado, que fácil la amaba mi corazón entumido de frío quizá precisamente por eso mismo, y le ofrecía entonces mi amor cerrado y entumido. Mi amor sabía yo buscaba entibiarse y era un amor excesivamente carente de práctica, mi amor consideraba yo; era un amor que constituía una carga y en consecuencia elegía cerrarse mas. Preferí entonces ser una una tabla vacía que asentía sintiendo ensancharse el muro al rededor nuestro. Nuestras charlas con el tiempo se convirtieron en conversaciones unilaterales consigo misma, yo convertido meramente en un objeto pasivo que asentía en aprobación o la miraba en desacuerdo convencido aún de mí amor por ella, mientras ella jugaba tenis consigo misma golpeando la bola contra la pared usándome mientras tanto como herramienta de introspección. 

 Cuando acepté que la amaba empecé a refugiarme en la literatura. Fue entonces cuando le dije que la poesía no podía salvarnos, que la poesía no iba jamás a resolver nada. Yo tenía mis razones para creer en ello, ella las suyas para tener su propia manera de entender. En ese desacuerdo sabía que mi amor por ella no iba a salvarme ni iba a ser correspondido pero me hacía entender que podía ser salvado. 

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