Yo no era precisamente un fan de su gusto musical pero ella, a veces ponía sus discos a volumen muy alto y me trasportaba con ella hacia aquellos paisajes que su música dibujaba en el aire. Lo hacía sin avisar, a veces estaba sentado leyendo un libro sobre la alfombra de la sala y cuando separaba los ojos de las paginas me encontraba junto a ella en una pradera de colores brillantes y difusos como se verían en una fotografía instantánea, otras veces aparecíamos sentados en las sillas de hasta atrás de una iglesia durante una boda en la que todos los invitados lloraban conmovidos y en otras ocasiones aparecíamos mirando un cielo muy azul con olor a menta acostados sobre el tejado de un rascacielos.
Durante aquellos viajes yo miraba hacia la pradera y quería correr entre los pastos altos, o miraba hacia los asientos de adelante y me sentía tentado a avanzar hacia ellos o miraba hacia el cielo azul y deseaba sentarme en alguna nube.
Entonces la canción terminaba y yo volvía a mi lectura.
Vivimos juntos tan pocos días que pueden contarse con los dedos de ambas manos y durante ese tiempo cada uno de los días fue un atardecer de colores purpuras y dorados. Pasé los días escuchando canciones que me hubieran aburrido si no las hubiera escuchado con ella y me olvide por un tiempo de mis propios discos, esos que me llevaban a océanos de aguas rosas y a ciudades de arquitectura compleja y me olvidé porque aquellos paisajes solo era bueno visitarlos a solas y yo estaba demasiado embriagado de su compañía como para extrañar mi soledad.
Lo que quiero decir es que ella, ella con sus cabellos como el río efigia y sus ojos petrificantes me tomaba de la mano para sacarme de mi mundo y meterme a uno que probablemente no le perteneciera por derecho pero que había reclamado como propio y yo estaba feliz con dejarla.
Y yo le escribí poemas que no llegué a darle y canciones que la llevarían en espiral hasta la punta mas alta de todo cuanto es tocado por la luz y el calor de los diez mil soles y que nunca terminé, me aprendí versos que quería recitarle acostado con la cabeza sobre sus piernas mirando el techo de la habitación a la que no había entrado la luz a causa de las cortinas y decirle que la quería, que me hacia darme cuenta de lo poco que necesitaba para ser feliz y que me encantaban cada una de las imperfecciones que la volvían única pero el día de descansar mi nuca sobre sus piernas nunca llegó.
Escuché una vez mas sus canciones esta vez a solas pese al riesgo de aburrirme y tomé fotos como postales a todos esos paisajes que habíamos contemplado y recorrido juntos, compré unas tachuelas y clavé las postales por las paredes de mis ciudades de arquitectura compleja. Tomé las fotografías y construí una balsa, una isla y una palmera en mi océano de aguas rosas pero nunca les di uso, preferí simplemente sumergirme en las aguas hasta lo mas profundo y perderme un poco como escualo en las olas.
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2 comentarios:
Que cosa tan bella.
Esto lo amé
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