domingo, 3 de mayo de 2020

El búho azul V

El no poder soñar es uno de los efectos secundarios de las pastillas, de igual forma son conocidas por inhibir el apetito y provocar insomnio cuando se deja de tomarlas, así que mientras llega el momento de consultar al santo patrón de las causas perdidas no duermo ni como sencillamente porque no siento la necesidad.
Nadie en mi linea de trabajo se ha muerto de vejez jamás y seguramente no voy a ser el primero, de hecho, no aspiro a convertirme en el primero que logre una vida longeva, me basta con encontrar al búho azul y al pato gris para aceptar una muerte que vendrá seguramente de manera prematura.

Salí de casa y sin sueño ni rumbo empecé a caminar deliberadamente hacia las zonas de la ciudad donde no suelo poner pie, eran poco mas de las tres de la mañana pero en esta ciudad las calles nunca se quedan del todo desiertas; caminé en linea recta durante poco mas de media hora y luego dirigí mis pasos hacia la zona residencial cerca del mercado 28. En esta zona hay casas que tienen la misma edad que la ciudad y las calles poco a poco se reducen y cierran convirtiéndose en estrechos callejones que es imposible recorrer en automóvil. Entre estos recovecos difícilmente accesibles incluso a pie hay aun casas de construcciones distintas, como si el comité de planificación urbana de aquella época hubiera probado con varios diseños antes de decidirse por uno solo para convertirse en el estándar.
Brinqué las cercas de las casas evidentemente en abandono y entré por las ventanas o las puertas según el caso y me dirigí directamente hacia los patios traseros, buscando rápidamente cualquier indicio que pudiera pertenecer a la fotografía que me había dado el sustituto temporal del santo patrón de las causas perdidas, revisé de esta manera 4 casas, pero no hubo suerte en ninguna.

Empecé a caminar de vuelta hacia las calles amplias por entre los callejones cuando alguien me cerro el paso. Se trataba de una chica, a simple vista supondría como máximo unos 25 años, a pesar de ser casi las cinco de la mañana no tenía el aspecto de alguien que acaba de despertarse por el ruido causado por mis exploraciones posiblemente indeseables e ilegales en viviendas sin dueño, su rostro tenia el aspecto de ser frio al tacto quizá acentuado por su tono de piel claro y sus facciones suaves y delicadas, iba vestida de jeans y un suéter rojo que en la oscuridad propia de los callejones a esas horas parecía emitir una tenue luz propia. A sus pies un gato naranja y uno negro le acompañaban sentados como esperando a que me acercara.
-El gato dice que quiere que te vayas, haces demasiado ruido.
Observé el gato bajo sus piernas que tenia mas próximo a mi intentando encontrar sentido en lo que acababa de escuchar.
-El gato naranja, el gato negro no habla.
-Ya. - Asentí como si fuera lo mas natural del mundo y encare al gato naranja, este a su vez me devolvía la mirada evidentemente molesto.
Permanecimos así unos segundos y finalmente volví a fijar mi atención en la dueña de las piernas que le servían de refugio a los felinos. Al subir la mirada me tope con sus ojos mirándome fijamente, el rostro curioso pero prácticamente sin expresión. Y entonces sonrió.
Y esa sonrisa por si sola emitió una frase entera sin hacer un solo ruido, esa sonrisa decía "Hola por cierto, puede que todo esto te parezca extraño ahora mismo, pero gusto en conocerte".
Admito que me sorprendió si, pero se equivocaba en algo, dada mi experiencia nada de ello parecía tan extraño.
Extendí mi mano y apreté la suya a modo de saludo y le dije mi nombre.
-Yo me llamo Cedrela.
El gato naranja ahora me miraba con verdadero odio, pero en esta ocasión mi mirada solo se desvió hacia el un segundo.

El gato negro no hizo nada.

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