viernes, 2 de octubre de 2020

Una vasta y radiante playa y una luna fria de joyas, parejas desnudas corren por sus silenciosos costados y nosotros reimos como suaves dementes.

 Compartimos las ganas de echarnos a la alfombra y escuchar música mirando el techo. En el techo hay estrellas fosforescentes pegadas en patrones aleatorios, cubren toda la zona de la sala y junto con ellas hay foquitos de colores como de navidad prendiendo y apagando a intervalos colgadas de las paredes. Es el tipo de cosas que solo puedes apreciar de noche, durante el día hay demasiada luz y calor.

La voz que suena desde las bocinas parece que mas que cantar recita poesía. Cuando hago la observación ella explica que de cierta forma lo esta haciendo y que es la ultima canción que escribió antes de morir. No es una canción triste, con solo escuchar aquello puede saberse que la muerte lo agarro desprevenido y sin advertencias, cuando escribió eso estaba aun muy lleno de vida, no canta como un moribundo o alguien a punto de suicidarse, sino como alguien que lo entiende todo.

En mis piernas hay un gato marrón y con rayas, le gusta la compañía pero no le gusta que lo toquen. En las piernas de ella hay otro de menor tamaño, gris y con rayas negras que es mucho mas dócil y cuya opinión sobre las caricias difiere completamente con la del gato marrón. En las ventanas no hacen ruido pero pequeños ojos nos observan, como soy un extraño el resto de los gatos no se acercan a la sala.

Mis ojos se cierran por el cansancio pero estoy demasiado excitado como para quedarme dormido, en la oscuridad una mano busca la mía y la encuentra; no la toma inmediatamente pero acaricia cada uno de mis dedos. Me incorporo haciendo saltar al gato café y giro mi cuerpo hacia ella, sobre su piel las luces de colores que prenden y apagan hacen que sus labios húmedos brillen invitantes. Vuelvo a cerrar los ojos y la beso.

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