sábado, 3 de octubre de 2020

Si tuviera los paños bordados del cielo, bordados con luces doradas y plateadas .

 Son poco mas de las 11 de la mañana, afuera hay un clima espantoso y puedo escuchar el ruido del viento corriendo entre las paredes y las ramas de los arboles cercanos. Ayer tuve uno de esos días largos y una noche por lo demás horrenda de esas donde das vueltas en la cama agotado pero incapaz de conciliar el sueño, girando y girando entre las sabanas teniendo una hilera interminable de pensamientos espontáneos como si la cabeza misma o por lo menos el contenido de esta fuera una criatura independiente y ajena a ti que se rehúsa a seguir tu deseos u ordenes. 

A veces me cuestiono sobre si realmente duermo o si simplemente me desmayo por el agotamiento que me provoca el perseguir mi mente e intentar mantenerla quieta a lo largo del día pues pareciera que incluso las noche que logro conciliar el sueño y dormir las supuestas 8 horas que debería me sirven poco o nada de descanso. Mi cuerpo se mantiene en un estado constante de agotamiento y empiezo a sentirme cada vez mas incapaz de mantener el ritmo que las carreras que hace mi mente me exige.

Estaba aun en cama en el estado mental de justo después de despertar, ajustando los ojos a la realidad cuando escuché a alguien pronunciar mi nombre seguido de 4 golpes rápidos y poderosos a la puerta. Aquello me hizo incorporarme de un salto y pasar de todo sopor a un estado de alerta inmediatamente pues la fuente de aquel golpeteo y llamado era la puerta del armario junto a la cama. Como no emití respuesta de nuevo se repitió aquello; de nuevo esa voz llamando mi nombre y los mismos 4 golpes a la puerta.
El armario es un mueble sencillo de madera blanca, cuando lo compré de segunda mano me dije que definitivamente había visto mejores años pero con todo, estaba en buen estado y era del todo funcional, llevo con el ya un par de años y llevo algunos meses diciéndome que es hora de pasarle una nueva capa de pintura. Con todo, la puerta del armario es delgada y solo se mantiene fija por la acción de un par de imanes que evitan que la puerta se abra ante la mínima brisa. El que aparentemente pudieran soportar la fuerza de aquel golpeteo era en si mismo una cosa del todo extraña.

De nuevo cómo no emití respuesta ni hice ruido alguno aquella voz llamo de nuevo mi nombre, esta vez sonaba desesperada, y a ello le acompañaron de nuevo una serie de golpeteos, esta vez parecía que golpeaban a la puerta con ambos puños cerrados. A pesar de ello, la puerta ni se movió.

Me quedé observando con los ojos abiertos como platos hasta que empezó a dolerme la cabeza, conforme pasó el tiempo y fui adquiriendo valor poco a poco empecé a acercarme al armario, hasta que puse mi mano sobre el. Lo primero que comprobé fue que no hubiera cambios en el, a simple vista parecía el mismo armario de siempre, viejo, algo despintado, pero funcional y entero junto a la pared. La respuesta mas evidente era que seguramente hubiera estado aun medio dormido cuando creí escuchar todo aquello, sin duda mi mente revoloteante aun aferrándose a algún sueño que no pudiera recordar. La forma mas simple de comprobar todo aquello seria abriendo la puerta y confirmar que todo seguía exactamente igual a como lo ha estado siempre.

Pero a pesar de tener ambas manos apoyadas sobre el armario, no me atreví a hacerlo. La idea de abrir la puerta me provocaba una sensación parecida a la que se tiene cuando nadando en aguas tibias te encuentras de pronto con una corriente de agua helada recorriéndote los pies, una sensación física como si intentara juntar dos imanes de polos iguales, un instinto primario que me susurraba desde algún rincón del cráneo "aléjate".
Así que me aleje.

Cuando regresé a mi alcoba mas tarde lo primero que noté fue una hoja de papel naranja pasada por debajo de la puerta del armario y cuidadosamente doblada. Me acerqué ignorando la voz del fondo del cráneo que de nuevo me decía "aléjate, aléjate" y la tomé. Al desdoblarla me llegó un aroma extraño, algo que no había olido jamás, un aroma como a humedad, azufre, cascaras cítricas y sal. El olor me hacia sentir en estupor como haber entrado en una alcoba plagada de inciensos sagrados. En la hoja desdoblada escrita con tinta dorada las dos silabas que forman mi nombre.

<Ábreme>  Escuché a la voz decirme desde la puerta del armario. Sentía que junto con la voz, el olor de la hoja naranja se acrecentaba y empezaba a marearme.
<Ábreme> Decía aquello, y pronunciaba mi nombre. <Se que me escuchas> <Ábreme>, la voz sonaba tranquila, como quien dialoga con un niño pequeño. 
<Ábreme> <Ábreme> y de nuevo los golpeteos en la puerta que ni siquiera temblaba al recibir el embate de aquello que yo me imaginaba serian puños grandes y duros como rocas.
<Ábreme>
Y abrí.

Abrí sintiendo que todo aquello, el aroma de la hoja naranja, el sonido del martillar de los puños y la misma voz se me pegaban y entraban a mi cuerpo, por la nariz, por los ojos, por la garganta por los agujeros en las orejas, todo aquello se me metía y me pudría lentamente, dejando manchas que ya no podría quitarme. Abrí la puerta del armario para convencerme.
Pero al abrirlo en primer instancia creí no ver nada, me pareció inmediatamente extraño pues no estaban mis camisas ni chaquetas, tampoco los ganchos ni ninguna de mis pertenencias, solamente la oscuridad como si en vez del armario hubiera abierto la ventana hacia la noche. Incluso me pareció ver estrellas, estrellas llamativamente doradas revoloteando en la negrura ante mi, la oscuridad se movía lentamente.
<Dios mío> Pensé <No son estrellas, son ojos>. Cientos, miles de ojos me miraban de todos lados todos pertenecientes a esa negrura informe que ahora salía riendo del armario y empezaba a colarse y a llenar lentamente mi alcoba, como si el hecho de abrirle significase una invitación.
La risa no cesaba, ya no oía el golpeteo en la puerta, solamente la risa proveniente de cada vez mas lugares distintos a mi alrededor, de las paredes, del techo, desde la cama, desde dentro del mismo armario conforme la masa de negrura salía y llenaba todo a mi alrededor y los miles de ojos amarillos y brillantes que había confundido con estrellas me miraban de todas direcciones.
Mis piernas me fallaron presas del pánico y fui a dar la suelo cubierto por la masa negra, la encontré extrañamente apacible, tibia al tacto y suave al impacto.
Cerré los ojos escuchando esa risa que solo se cortaba para decirme mi nombre. Y en algún punto, me quedé dormido.

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